Author Interview: ‘Tok: Magick Tale’ by Pablo Reig Mendoza

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Tok - Magick Tale

About the Book:

London, England,1888 AD. Cabalists, magicians and occultists of every species, scattered through all strata of society, are in frenzied activity. The numbers MDCCCLXXXVIII add up for the first time to 13 characters, and it is a year of opportunity for the servants of the Bond in the age-old secret war between the adherents of the old religion and the Vatican Curia.

From the lavish halls of Buckingham Palace, the elderly Empress Victoria and her young Hindu lover – the Munshi – weave together the threads of a secret plan that will return magic to its rightful place: the public eye. While Scotland Yard is racking its brains over the crimes of the Whitechapel Ripper, nascent socialism is at the centre of the events of «Bloody Sunday» and a young Gandhi is initiated into the ancient arcana with Mabel and Gerard.

Gerard Duprey will soon become the town’s…

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Menorca en cuatro estaciones,

  Es hoy en día Wikipedia fuente de todo tipo de información, no por menos académica menos viva o real, pues su naturaleza mutante y denunciable le confiere una plástica hasta ahora inédita en esto de la definición de las cosas mundanas. En este primer artículo era menester hablar un poco de la definición de «Tramuntana» y nos dice la versión inglesa algo que se sale de lo que veníamos todos entendiendo sobre el particular:

  «The word has other non-wind-related senses: it can refer to anything that comes from, or anyone who lives on, the other side of mountains, or even more generally, anything seen as foreign, strange, or even barbarous.»

  Trad.- La palabra tiene otros sentidos no relacionados con el viento: se puede referir a cualquier cosa que venga, o cualquiera que viva, del otro lado de las montañas, o incluso más generalmente, cualquier cosa percibida como ajena, extraña o incluso bárbara.

  Así pues nace «El trasmontano» con esa vocación cuando menos bastarda, pues es la españolización de una palabra muy lusa, obviamente de la región de Trás-os-Montes.

  Este trasmontano -ajeno, extraño y bárbaro- está aquí para hablar de la magia del Camí de Cavalls y sus peregrinos, de los pasillos de viento que se forman en las calles de Mahón o de Fornells enfrentadas al duro Norte, de los pasillos de sol cuando cae el astro rey por el Camí des Castell obligando a los conductores a llevar sus vehículos casi a ciegas. Todo tipo de misterios cotidianos muy de aquí susceptibles de deleitar a propios y ajenos, como la verdadera historia falsa del Camí de sa Cucanya, entre Sa Roca y en Kane, la entrevista a la escritora alemana que está en Menorca estudiando a las tortugas de tierra o la abigarrada historia del empresario que nos visita siempre que sopla del Norte para su «drenaje linfático cerebral».

  Abróchense los cinturones porque en esta sección vienen curvas y toneladas de pared seca.

Subirse al Toro

  Vuelvo a la isla y, como cada vez que vuelvo desde que vuelvo, me pongo al volante de mi utilitario y me lanzo de forma automática hacia el monte Toro. Es como un ritual, como si necesitara cerciorarme de que estoy aquí, en mitad del Mediterráneo, que es continente líquido, como muy bien dijo un notable filomenorquín.

  A medida que voy subiendo por la carretera me dejo hipnotizar por las vistas, que en cada época del año van desgranando sus tormentas de matices y, después de evitar cortésmente a los ciclistas que se afanan ufanos por coronar el puerto, saludo al Cristo que corona el monte con semblante de benevolencia. La misma benevolencia trae que el semblante del Cristo redentor de Rio de Janeiro, sin duda similar a la del Cristo que reina impávido sobre el delta del Tajo en Lisboa o la del Cerro de los Ángeles en Madrid, inaugurado en jornada festiva por Alfonso XIII hace ya unos cuantos lustros.

  Todos estos monumentos tienen puntos en común. Los cuatro coronan puntos de elevación natural o artificial, no están clavados a la cruz -son Cristos sin clavos- y me han acompañado con la mirada en sus respectivas ciudades a lo largo de todos estos años. Me falta convivir con tres más de los que tengo conocimiento y a los que no he saludado más que de pasada: el de Sevilla, el de Tudela y el de Palencia.

  Una visión de 360 grados sobre el horizonte, los refrescantes olores a naturaleza en bruto que suben del parque nacional de es Grau, comprobar que Mallorca sigue en su sitio, ni más cerca ni más lejos, tener la intuición de cómo terminará el día en función del viento, la nubosidad y el vuelo de los pájaros y romper el hechizo en cuanto el inefable teléfono móvil empieza a hacer de las suyas, siempre para bien, llego tarde a la tertulia del café.

  Cuanto más subo al monte Toro, más me doy cuenta de lo saludable que es esta manía para geolocalizarme y terminar de aterrizar. De los puntos cardinales hacia los que mira cada una de las estatuas del Sagrado Corazón hablaré en otra ocasión. Esta, la de Menorca, mira hacia el sol naciente.

Gigantismo insular

  Algunas especies animales se benefician de cambios de tamaño cuando migran y se instalan en ecosistemas isleños. Aquí en las Baleares, dice Wikipedia, hubo gigantismo en una raza de musarañas durante el pleistoceno, casi nada.

  Estos cambios hacia el gigantismo vienen dados por tres posibles motivos, sigue diciendo Wikipedia, a saber:

-Ausencia de depredadores.

-Ausencia de competidores.

-Presencia de presas grandes.

  Lo cierto es que si extrapolamos esta curiosa adaptación nos damos rápidamente cuenta de que, efectivamente, aquí las musarañas son más grandes, por lo menos durante el invierno. Ayer sin ir más lejos me crucé con una y me detuve a contemplarla con curiosidad. Ella hizo lo propio y no dejó de escudriñarme de arriba abajo, como preguntándose cómo era posible que un bípedo como yo no estuviera refugiado en su guarida con el viento que estaba soplando, tanto soplaba que llovía de lado.

  En esa muda conversación yo intenté explicarle que el día no tenía horas suficientes para todo lo que tenía que hacer, que yo sí tenía depredadores, competidores y andaba escaso de presas grandes. Le expliqué que, afortunadamente, eso todavía no afectaba a mi tamaño y que todavía tenía pendiente atravesar la isla para realizar unas gestiones en Ciutadella.

  Me contestó que no tenía ni idea de lo que era Ciutadella, que le sonaba remotamente por las conversaciones de sus abuelos y que jamás había necesitado rebasar los lindes del término municipal de San Luis. Me ofrecí a llevarla de visita y en principio no se atrevió. Argumentó que eso la obligaría a reducir su tamaño para adaptarse mentalmente al nuevo mapa.

  Por fin se dejó convencer y pudimos pasear juntos por Ses Voltes con un helado de yogur en la mano -en invierno los helados saben distinto- Yo tuve que plegarme a la inteligencia de su razonamiento:

“Ve despacio por la carretera –me dijo- así lo que cambiará de tamaño en nuestra mente será el territorio y no hará falta que cambie el nuestro.”

El tamaño importa.

El juego de la bolla

  Durante la breve -no por breve menos marcante- dominación francesa de Menorca se fundó el municipio de San Luis en honor al rey Luis XV. Es notable que bajo el reinado de este Luis, apodado “el bien amado”, comenzara la construcción de la iglesia, la cual se terminaría durante el reinado de su nieto Luis XVI, al que bien podríamos apodar hoy “el guillotinado”.

  Se diría que de toda dominación quedan vestigios y, salvo excepciones, suelen ser las cosas buenas las que sobreviven al implacable paso de los siglos. Hay en San Luis un bar de tapas en el que sobrevive con estupenda salud un “jugadero de bolla”. ¿Y qué es la bolla? Eso mismo me pregunté y fuime presto a consultar el reglamento que estaba colgado en la pared para descubrir, no sin asombro, que se trataba de un juego de petanca de interior.

  Esta bolla se juega sobre suelo de madera con bolas del mismo material y un disco de caucho haciendo las veces de “cochonnet” –sí, al boliche en el país galo se le llama cochinillo-. Es la petanca en Francia una institución tan importante como lo puede ser el mus en el norte de España y el comprobar que el peso de las edades y la reciente invasión tecnológica no había podido con nuestro “jugadero de bolla” me reafirmó en mi infundada y optimista creencia de que los hombres, cuando de jugar se trata, nos tomamos las cosas en serio.

  Esta visión trajo a mi memoria el juego de la “carrom”, que es un billar de mesa de la India, sin lugar a dudas herencia de la dominación inglesa. La “carrom” es un tablero de madera con cuatro agujeros en las esquinas sobre el que se esparce un talco especial para favorecer el deslizamiento de las fichas. Se juega con las mismas fichas que se usan para jugar a las damas y una ficha de piedra que hace las veces de bola blanca. Dicho sea de paso: es divertidísimo. Curiosamente en los países francófonos le deforman el nombre y lo denominan “carambole”, que viene a ser nuestra carambola: otro viaje de ida y vuelta, y esta vez semántico.

  No va a pasar otra semana sin que vaya a probar mi suerte con la bolla y a conocer a los jugadores de tan apreciable invento. Me parece que, después de los dos milenios largos que llevamos intentando construir Europa a fuerza de cuchillos, sables, bayonetas y no pocas traiciones, he encontrado por fin un encomiable ejemplo de integración natural de culturas.

Tortugas de tierra

  “Mi historia con Menorca es una historia de amor a segunda vista.” Eso me cuenta Marlis Leo, alemana, madura y muy curiosa. Ella y su marido me reciben en su hermosa casita en algún lugar entre Cala’n Porter y Alaior. Su marido confirma: “En las otras islas llegas y te dan la ensaladera con todo el pack. Menorca, sin embargo, hay que descubrirla y nunca deja de sorprenderte.”

  Marlis tiene en su jardín una treintena larga de tortugas de tierra –landschildkröte griega o Testudo Hermanni-, le encantan las tortugas y acaba de editar un libro infantil sobre las mismas que le dedicó a su hija. Es un bello libro en alemán con ilustraciones de un artista georgiano (de la Georgia soviética) y en él las tortugas llegaron un día por el mar, encontraron esta tierra sembrada de taulas y talaiots y decidieron quedarse, un paraíso, las tortugas adoran descansar bajo las piedras y comen mucho verde.

  A pesar de que las tortugas pueden parecer egoístas, pues no se ayudan entre ellas ante las dificultades, Marlis siempre ha admirado su independencia y su forma de sobrevivir durante tantísimos años en medio de muchos dolores. Cuando su hija llevó el libro al colegio, las demás niñas comenzaron a pedirle que les escribiera a ellas también y Marlis está llena de ideas nuevas para satisfacerlas en el tiempo que le ofrezcan sus estancias en Menorca. También escribe libros de cocina y le encantaría venir más a menudo y con más gente fuera de temporada si el transporte fuera más conveniente. Cuando le hago notar que a Menorca vienen pocos alemanes su respuesta es firme: “No me gusta despegar de Alemania para aterrizar en Alemania. Además, el menorquín es algo cuadrado como nosotros, pero todos cantan escandalosamente bien. Aquí está el teatro más antiguo de Europa y los mismos tres tenores pararon aquí en su barco antes de presentarse en la Scala.”

  El resto de la sobremesa fue muy agradable. No llegamos a dilucidar porqué la tortuga hembra es mayor que la tortuga macho ni porqué habíamos tenido derecho a una comida campestre de primavera en pleno mes de diciembre, pero sí nos quedó claro que nos volveríamos a ver y que, sin lugar a dudas, siempre que tuviera que hacerle un regalo a un niño que hablara alemán, las tortugas de Marlis serían mi primera opción ya que, como dicen los niños en Alemania: “soy pequeño pero mi corazón es grande”. El de Marlis es muy grande.

Islas dentro de la isla (I)

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  Ahora que el espíritu de colaboración ciudadana hace posible que el antiguo hospital de la isla del Rey tenga visos de ser recuperado viene a mi memoria la primera vez que puse mis pies en ella. Corría el año 1987 y unos cuantos amigos y amigas nos habíamos agenciado una barca de remos, una nevera y algunos centilitros de “pomada”, ese magnífico brebaje tan parecido a la antigua receta de un druida galo.

  Atracamos como pudimos frente a unas rocas y nos internamos en el derruido edificio. No hicimos hoguera por miedo a ser descubiertos. Teníamos una lámpara de gas y un equipo de música de aquellos que invadieron el Bronx a hombros de los bailarines de breakdance de aquella época. Mi corta memoria no guarda pormenores de aquella velada más allá de una inmensa sensación de alegría y el profundo azul de unos ojos adolescentes. Mal podía imaginar yo por entonces que estábamos pisando suelo tenido por milagroso y que me contagiaría tan profundamente del “mal de Menorca”, que es como el “mal de África”, pero en Menorca.

  Lo del suelo milagroso está recogido en una anécdota según la cual el mismo Alfonso III clavó una espada en el suelo de esta isla dentro de la isla–hasta entonces llamada “de los conejos”- y comenzó a manar agua potable. El “mal de Menorca” es aquella pulsión cardiaca que te obliga a regresar a sentir el abrazo de este poderoso lugar; como tan bien dice una compañera: “de Menorca mai te’n vas”.

  Más de un cuarto de siglo después de ese primer encuentro con la isla del Rey observo con silencioso interés los prolegómenos de su recuperación y llevo un pequeño diario en un cuadernito negro en el que voy catalogando otras “islas dentro de la isla” y comprobando que, efectivamente, las islas concéntricas almacenan magnos contenidos en su misterio.

Dites i refranys menorquins

  Joan Pons Moyá y el colectivo folclórico de Ciutadella editaron en 1984 un delicioso recopilatorio de refranes menorquines que no abandona mi mesita de noche desde que me fue prestado. Cada página del volumen tiene un marcado carácter y merecería, en justicia, un artículo individual. Por razones de espacio e intención me veo obligado a elegir uno de ellos, no sin antes recomendar profusamente su consumo a todo el mundo.

  Ya que de justicia hablo, elijo un refrán del apartado de Derecho, pues la natural situación de “hub” cultural de la isla propicia una visión amplia de la forma que tiene cada pueblo de cocer las habas. Ahí va:

“Per guanyar, has de tenir raó, l’has de sebre demanar, i te l’han de voler donar.”

Trad.- “Para ganar, tienes que tener razón, tienes que saberla pedir, y te la tienen que querer dar.”

  Debo decir que el refrán en sí me atrae de forma absoluta por la forma en que me hace releer y revivir diversas y variopintas situaciones vividas, pero es que, además, el libro aguza el ingenio en cada línea comentándola y explicándola. En este caso particular la explicación es la siguiente:

“No hi ha res de més injust que sa justicia d’ets homos.”

Trad.- “Nada hay más injusto que la justicia de los hombres.”´

  Dejo al apreciado lector que disfrute aplicando su cristal de mirar a este magnífico aforismo, agradezco a los autores y agentes intermediarios que hicieron posible que este libro llegara un día a mis manos y regalo al visitante del blog otro refrán, de autor anónimo, que viene muy a cuento, tanto del tema que nos ocupa como de los tiempos que corren:

“Incluso el mejor juez, cuando sentencia, falla.”

Kane’s Road

Richard Kane (no confundir con Orson Welles) fundó el camino que lleva su nombre con la estratégica intención de facilitar el transporte terrestre entre Ciutadella y Mahón, hasta entonces impracticable para carruajes. El resultado hasta nuestros días es una fantástica carretera secundaria entre la capital y Es Mercadal, delimitada por pared seca, higueras y todo tipo de paisajes de cuento de hadas. Durante todo el año es transitada por la más ecléctica selección de seres humanos.

El antiguo «Camino Real Inglés» es una de aquellas joyas sensoriales en las que, sin saber porqué, el calendario retrocede y podemos olvidar por unas horas la dictadura de la modernidad. Desde la apacible y monótona presencia del cementerio de Alaior hasta la incansable paleta de colores que despliegan los días en cada recodo, todo invita al paseo reflexivo y contemplativo y a quedarse un rato más.

En una ocasión iba andando por ahí y encontré a un hombre lleno de arrugas, tanto en la piel como en las prendas, y que estaba sentado a la vera del camino. Le di los buenos días y me los devolvió con un marcado acento sajón y un castellano decimonónico. Me hizo saber que era militar, que no recordaba su edad y que paró de contar los años cuando los carruajes de caballos fueron sustituidos por autobuses de pasajeros de vapor.

El hombre también me contó que se sentía muy orgulloso de un manual de instrucción castrense que había escrito en su juventud. Me gustó su historia. Al despedirnos nos presentamos y me dijo su nombre: «Rick, Rick Kane».

Tardé escasos segundos en darme cuenta de que Rick es diminutivo de Richard. Cuando me giré, extrañado por la coincidencia, el hombre había desaparecido.

A los cuatro vientos

  Tramuntana, viento del Norte, viene hablando francés con algún toque tirolés. Es un viento seco que te levanta del suelo al andar. El eco de su canto en los edificios suena a coro de catedral. Las casas que recuerdan el buen uso de la naturaleza aprovechan para ventilarse y cancelar humedades en formación. Me hace sospechar a veces que no es aire que viene del Norte: más bien es la isla que se arranca del fondo marino y se regodea acelerando hacia Marsella como una lancha rápida.

  Llevant, viento del Este, bastante húmedo. El Llevant habla italiano y trae olor a especias y mineral de vid. Suele soplar en entretiempos y trae oleaje hasta el fondo de la bahía de Mahón. No consigo evitar recordar que tengo pendiente una travesía a Córcega y lo que venga cuando este viento me canta en los oídos.

  Migjorn, viento del Sur, trae todos los idiomas del continente africano en su hablar. Es el viento que se encarga de traer el fino polvo del Sahara. Le tengo cariño por contradictorio: la Isla está configurada por y para el viento del Norte. El Sur de la isla es más plano y de material más nuevo y calcáreo que la venerable pizarra que apantalla Cavallería y aledaños, lo que provoca que el viento se levante del agua y aspire a las alturas. ¿Acaso es la isla que vuelve a su posición después de su viaje a Marsella? En días de Migjorn, el tañido del laúd del moro Xoroi se escucha desde el monte Toro y las torres de vigilancia del califato se acuerdan de sus historias.

  Ponent, viento del Oeste, trae las noticias de la península mezcladas con el batiburrillo informe de las lenguas de España. La Ciutadella lo enfrenta con la clara memoria de la que fue capital por derecho propio y todavía siente en su empedrado y en sus recónditas y embriagadoras callejuelas el bullicioso trajinar del comercio corsario.

  Gregal (NE), Xaloc (SE), Llebeig (SO) y Mestral (NO): os mantengo de momento en la manga para hablar otro día de la habanera y de la flota pesquera.

Perdices con col

  De tanto rebuscar cuál es la mejor receta de caldereta de langosta -plato muy de Menorca del cual cada maestrillo tiene su librillo y ninguno canta su secreto ni bajo tortura medieval- he llegado a la conclusión de que, como en casi todo, es muy difícil ponerse de acuerdo con los demás. Yo tengo mi preferencia y está ubicada en Fornells, lugar de peregrinaje de gastrónomos desde mucho antes de la guerra civil.

  De tanto cruzar la isla de cabo a rabo por caminos sin mapa con este empeño pude por fin darme cuenta de que hay dos Menorcas muy definidas y, en muchas ocasiones, impermeables: la rural y la marítima.

  En la rural me queda, me consta, mucho por aprender. Siendo la caza predominante la de pluma, hace años que me hice amigo de un plato muy especial: el arrós brut. Es este un arroz muy de campo con un claro predominio de la codorniz y una contundencia cuyo mejor paliativo es un vino tinto excelente.

  Codornices y perdices campan por la isla a sus anchas sin tener la pared seca por obstáculo, pero aquí, a diferencia de otros lugares, la servidumbre de paso es  bastante virtual: existen las oficiales y existe la loable costumbre ancestral de dejar los vallados sin cadenas para que la gente pueda atravesar los campos cumpliendo una ley no escrita: dejar todo como estaba y no dejar escapar el ganado. Cuando la valla está cerrada a cal y canto ya sabes que el terrateniente trae miedos heredados de fuera y, si esto te ocurre en época de veda, querrías ser perdiz.

  Pensaba haber fijado en el arrós brut la referencia insalvable en lo que a platos de pluma se refiere hasta que, no hace mucho, me di de bruces con una perdiz con col extraordinaria aderezada con tropezones de carne de cerdo. Era un plato de un tamaño descomunal y, gracias a la col y a otro vino tinto excelente, de sorprendente ligereza y sabor. Encuentre cada uno su secreto lugar de consumo que yo ya tengo el mío.

Atención amigo conductor

  Se dice, se comenta que, antes de las invasiones napoleónicas, todo el mundo circulaba por la izquierda por una lógica inherente a los coches de caballos: dado que la inmensa mayoría de los cocheros eran diestros, el chasquido de sus látigos al circular por la izquierda en una calle de doble sentido solamente amenazaba al cochero que venía de frente -que por otra parte pertenecía al mismo gremio- salvaguardando de esta forma al peatón que circulaba por la acera.

  Sigue diciendo esta historia apócrifa que Napoleón impuso la circulación por la derecha para, de esta forma, provocar el efecto inverso y favorecer así que el latigazo del cochero acertara de cuando en cuando el lomo de algún peatón y le recordara en su vida cotidiana a los ciudadanos de los territorios conquistados la lacerante presencia del imperio francés.

  De ser cierta esta historia, no se escapa la fina ironía de que, tras la derrota de Napoleón en Waterloo y la consiguiente retirada paulatina de la infantería gala de los países conquistados de la Europa continental, se mantuviera la circulación por la derecha para, esta vez, seguir recordándole al ciudadano la omnipresencia del Estado. La invención del automóvil habría venido posteriormente a aliviar las espaldas de los peatones en las aceras y el hecho de que los países de la Commonwealth sigan circulando por la izquierda es signo inequívoco de la histórica inexpugnabilidad de las islas británicas.

  En Mahón, por mor de no se sabe muy bien qué avatares de la evolución arquitectónica, se produce un efecto similar cuando se circula en automóvil delante del ayuntamiento: la calle se estrecha de tal forma entre la iglesia de Santa María y las sobresalientes escalinatas del consistorio (sobresalientes porque sobresalen literalmente) que obligan siempre a circular con prudencia y ejercer un ligero volantazo para evitar dejarse las llantas en los escalones. Este efecto podría haber ocurrido en cualquier otro edificio, pero el hecho de que ocurra precisamente frente al ayuntamiento le recuerda al subconsciente del conductor la benevolente y vigilante presencia de la institución.

  Creo que, en la actualidad, todas las argucias de la autoridad competente para diseñar la señalización viaria y los puntos de control del tráfico difícilmente van a superar en sutileza a estas pequeñas perlas de la evolución histórica de los núcleos urbanos de nuestro viejo continente y, en mi caso particular, seguiré saludando a mi paso al consistorio de Mahón con mi volante y una sonrisa de la misma forma que en la América latina se siguen persignando de forma automática los católicos cuando pasan frente a un templo de oración.

Etimología de un idò

  Acabo de empaparme en el estudio de un valioso texto de Ignasi Mascaró: “Aproximación a los valores de “idò”, funciones y melodías”. Esta misteriosa alocución, tan propia del idioma menorquín, sigue produciendo debate académico y difícil está el consenso sobre su origen último.

  Está bastante extendido el uso de “idò” como el “dons”,”donc”,”dunque” del arco mediterráneo y también se extiende la confusión cuando se lo identifica con un “i do” inglés –yo le sospecho a este comodín lingüístico una vieja asimilación al “indeed” (efectivamente) en su forma más asertiva. Tengo una amiga andaluza que lo que hace en cuanto lo escucha es arrearle a las palmas y lanzarse por bulerías: “¡Idò, y tré, y cuatro..!”.

  La etimología es un sanísimo e improbable ejercicio que, en Menorca, puede llegar a convertirse en deporte de riesgo. Así, otra fantástica palabra, “al-lot”, tiene un significado mucho más definido cuando lo traducimos como “muchacho”, sin embargo es cuando menos sospechosa la asimilación académica al “arlot” (hombre de mala vida) que se le viene atribuyendo.

Mientras tanto, en una casa de campo de Mercadal, en 1723:

-Padre, hoy ha venido el inglés a comprar calabacines, a estos no hay quien los entienda.

-¿Por qué, hijo?

-Yo le iba llenando las cajas de lo que él me señalaba y cada vez que le preguntaba: ¿paro ya? él solo sabía decir: “yes, yes, a lot!” hasta que me dejaba sin existencias.

-¿Sin existencias? Pues hijo mío, a mí más bien me resulta simpático ese “yes, a lot”. ¡Buen muchacho! ¡A lot!

-Idò, padre.

Regresiones

  La información que tiene Internet sobre el barranc d’Algendar es muy completa y minuciosa, tanto en descripciones como en imágenes. Es, sin la sombra de una duda, uno de los lugares más sorprendentes de Menorca; ya no por su exuberancia o por las leyendas que enarbola, sino por el efecto que tiene sobre las gentes que lo visitan.

  Un buen día alguien te comenta que vale la pena verlo, otro día lees algo aquí y allá sobre lo que de característico tiene y, finalmente, acabas yendo a ver con tus propios ojos qué de verdad hay en todo eso. Desde ya recomiendo dos modalidades: o muy bien acompañado o completamente solo.

  Es… verde, profundo, escarpado, intemporal, mágico, relajante, inquietante, glorioso, embriagador, desconcertante, húmedo, rocoso, regocijante y, en ocasiones, abrumador. Desde los primeros pasos se te comienza a holgar la ropa, a tersar la piel, a atiplar la voz y estás: vuelves a ser un crío. Buscas charcos que pisar, encinas por las que trepar, ramas que recoger y canciones que susurrar mientras te vas perdiendo por la frondosa garganta. Qué exótico es descender para sentirse en lo alto. ¿Qué cantarán tantos pájaros? ¿Cuántas generaciones de hortalizas han crecido en ese regadío tan obviamente secular? ¿Qué esconde el murmullo de sus aguas? ¿Qué importan las respuestas y las preguntas? ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¡Qué más da! Si aquí no pasa el tiempo, si nadie sabe a ciencia cierta cuántas cuevas esconden las rocas, si no se puede andar deprisa por miedo a perderse un ángulo nuevo con el rabillo del ojo. Sí. Hay que mirar por dónde se anda. Pero si te miras los pies dejarás de ver los jardines del rey moro, dejarás de intuir a los soldados que montan guardia allí arriba para desazón del que lo tenga que atravesar, dejarás de oler los mil musgos que respiran por aquí y dejarás de oír el lamento de la novia de Algendar que resuena por las paredes.

  Entonces hueles el mar, estás llegando al final, tu cuerpo vuelve a su sitio, recuperas el semblante hosco del adulto que nunca podrá sentir lo que tu niño interior sintió… en Algendar.

Cazatormentas

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  Una tarde cualquiera de invierno andaba yo departiendo en la plaza del pueblo con unos cuantos amigos y escuchamos un chasquido ensordecedor. Se acercaba una tormenta eléctrica. Rápidamente comenzamos a ver a algunas personas acelerar el paso, otras asegurar las ventanas y otras simplemente seguir su camino con total indiferencia.

  Mientras tanto, el fotógrafo del grupo dejó sobre la mesa unas cuantas monedas y recogió sus bolsas. Él siempre estaba preparado como mínimo con un par de cámaras las veinticuatro horas del día. “Es hora de cazar tormentas, ¡hasta luego chicos!”

  Ni corto ni perezoso subió al coche y le acompañamos mientras nos iba contando la forma para él ideal de capturar una buena imagen: un punto al abrigo de la lluvia y una visión con punto de referencia de tierra (o mar). Mientras hablaba afilaba el gesto intentando seguir en el cielo la dirección de los rayos. Menorca está en alta mar y es un punto privilegiado para ver estas maravillas de la naturaleza ya que aquí la mayoría de las tormentas eléctricas son espectáculos de rayos viajando de nube a nube y dibujando algo parecido a un baile de luces, casi conversaciones lumínicas que, si están encima del mar, se reflejan en las aguas al punto de no tener más saliva que tragar de la impresión y la rotunda belleza del cuadro.

  Ya en camino hacia el faro de Favàritx cayó muy cerca de la carretera uno de los pocos rayos que bajaban a hacer sentir su presencia, provocándonos un fuerte sobresalto. Uno de los compañeros llegó a taparse la cara con las manos. La tormenta era seca y pudimos disfrutarla largo rato comentando anécdotas populares sobre rayos que habían caído sobre la gente.

  Hay muchas leyendas urbanas sobre hombres y rayos, pero no imagino mejor lugar para evocarlas que aquí, en medio del mar, bajo la severa mirada de Zeus. ¿Cuándo será la siguiente?

Habáname

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  Si Antonio Burgos, prolífico personaje donde los haya, hubiera dedicado sus habaneras de Cádiz a Menorca tampoco hubiera ido por mal camino:

Verán que tengo mi alma en La Habana

no se me puede olvidar,

canto un tango y es una habanera,

la misma manera

tan dulce y galana y el mismo compás. 

 Este género musical, tan eminentemente portuario, ha arraigado en Menorca como si siempre hubiera estado aquí. No se entienden ciertas noches sin una guitarra, no se entienden ciertos mares sin un alegre sollozo y no se entienden ciertos puertos sin su habanera. No es que Sebastián Iradier consolidara el género con su Paloma, no es que no se canten habaneras en tagalo en las lejanas Filipinas, no es que el puerto de Hamburgo no haga también suya la habanera, con estatua y todo, y no es que la “canzone” napolitana no quiera confesar su origen tan inconfesable; simplemente es que la habanera, y por extensión La Habana, es un destello de nostalgia marinera que, por muy olvidado que se lleve, un par de acordes levantan de las profundidades de la memoria genética.

  Rasca el cantor su instrumento y ahí están las velas, las jarcias, la salazón, el ron de caña, las pieles morenas, los hoy inimaginables trajes de lino de la época colonial a insufribles temperaturas, los cañones, las redes, la memoria de un mundo que fue y que se niega ferozmente a desaparecer mientras vibran las gargantas invocando, otra vez, mejores vientos.

Jo tenia una caseta vora el mar

jo tenia un jardí florit i un cel de pau

jo tenia una barca

i unes xarxes a sa platja

i una dolça matinada al despertar.

Islas dentro de la isla (II)

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  La bahía de Fornells está situada al Norte de la isla y al Norte de Mahón. Teniéndolo todo para haber sido un puerto tradicional a lo largo de los siglos, la mayor y mejor capacidad del puerto de Mahón la relegó históricamente a un tal segundo plano que no es sino hasta la construcción del castillo de Sant Antoni, a partir del año 1637, cuando se producen los primeros asentamientos civiles que darán origen al pueblo actual y a su tradición pesquera. Y es por pura estrategia militar, pues al principio de la construcción los obreros volvían a dormir a otras poblaciones y resultaba tanto más peligroso dejar una fortificación a merced de los invasores que no tener ninguna, lo que provocó la decisión de guarnicionar las obras. Terminado el castillo, la pesca se convierte en la principal actividad para proveer de alimento a la soldadesca en un lugar que hasta entonces había sido el punto ideal para refugiarse de las tormentas y del vigilante ojo del fisco: aquí se realizaba el contrabando con total impunidad.

  En el centro de la bahía asoma su hocico solitario la isla de Sargantanas, que recibe el nombre por albergar una de las razas de lagartijas endémicas que no se sabe muy bien por qué milagro han conseguido llegar indemnes hasta nuestros días. Son de un verde chillón insolente, rápidas y del mismo carácter insolente que su color. También defendía la entrada de la bahía con una torre y una batería, pudiendo enfrentarse a la misma población en caso de que esta fuera tomada por el enemigo, versatilidad muy acorde con su condición de isla concéntrica, de cuyos misterios se ocupa esta serie.

  La llevo observando años y traigo dos curiosidades a la atención del lector. Tiene instalados dos faros que no son ningún capricho: cuando, en la oscuridad de la noche, una embarcación necesita refugiarse en la bahía, de estrecha y escarpada entrada, se asegura el buen rumbo alineando ambas luces con la proa y de esta forma se libra de tocar las peligrosas paredes que, en pleno temporal, son como imanes para el casco.

  La segunda es que el hermoso islote tiene la vegetación muy baja. Siempre había pensado en la influencia de la Tramuntana hasta que un día contemplé, no sin asombro, cómo una cabra negra como el ala de un cuervo cruzaba a nado el brazo de mar para ir a pastar a la isla. Mi asombro sigue dividido entre el hecho de que nunca antes ni después de la visión de esa cornúpeta progresando por el agua había visto nadar a una cabra, y el hecho de que nunca antes ni después había visto una isla dentro de la isla con su propio jardinero providencial.

Taulas de ayer y de hoy

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  Mucho se ha dicho de los megalitos prehistóricos que pueblan Menorca, convirtiéndola en un auténtico museo al aire libre. Mucho se ha dicho y escrito y a poco consenso se ha llegado, salvo en lo que a fuerza telúrica y genuino misterio se refiere. Misterio con mayúsculas: ¿Altares de sacrificio? ¿Tótems simbólicos? ¿Simples columnas de sustentación? ¿Pudrideros de cadáveres? ¿Herramientas sagradas para ritos de paso? ¿Observatorios astronómicos? No hay datos fiables que puedan dar luz sobre el uso al que se destinaban las taulas, en línea con los menhires, dólmenes y demás monumentos que han atravesado las edades para dar fe de nuestro atávico vicio por lo monumental y lo sagrado.

  Aquí se convive con las taulas de una forma familiar y reverencial. No te lo tienen que enseñar. En cuanto te encuentras con una, su presencia te invade y te desvistes del sapiens sin solución de indiferencia. Es la experiencia física equivalente a la experiencia mental del estudio simbólico del “Tau” que, si no fuera por lo incuestionable de su presencia y recurrencia en el origen remoto de las culturas, casi podríamos pensar que nos desafían con gesto burlón, sabias de nuestra incapacidad para descifrarlas y de la fuerza que tienen en el fondo de nuestro ser.

  El libro “Menorca mágica” de Carlos Garrido refiere una anécdota de tintes paranormales que ocurrió en el año 1975, siendo publicada en 1985 en la desaparecida revista “los Astros” y según la cual la taula de Torralba se vivificó frente a testigos, creando un campo de energía y comunicándose a través de un lenguaje escrito en la piedra.

  ¿Escépticos? ¡Bienvenidos seáis! Lo cierto es que las taulas son exclusivamente menorquinas, excepción hecha de algunos megalitos similares en la vecina isla de Malta. Pero hay otra taula. Una. Construida en el año 1980 y encargada por un misterioso personaje en el año 1979 en el condado de Elbert, Georgia, Estados Unidos. Se trata de las Piedras Guía de Georgia y no sé si desconcertante es la palabra adecuada. También se las conoce como el Stonehenge americano. Este megalito moderno es una taula en la que los cantos de la mesa han sido inscritos en cuatro lenguas muertas, como delimitando la forma antigua y original, y cuyas esquinas reposan sobre otras cuatro piezas adicionales que contienen el siguiente texto en ocho lenguas vivas:

Mantened a la humanidad por debajo de los 500.000.000 de individuos, en perpetuo equilibrio con la naturaleza.

Gestionad la reproducción con sabiduría, mejorando la adaptabilidad y la diversidad

Unid a la humanidad con un nuevo lenguaje

Controlad la pasión, la fe, la tradición y todas las cosas con raciocinio y templanza

Proteged a las personas y a las naciones con leyes y tribunales justos

Permitid a las naciones que se rijan internamente resolviendo las disputas externas en un tribunal mundial

Evitad las leyes intrascendentes y funcionarios inútiles.

Equilibrad derechos personales con responsabilidades sociales.

Premiad la verdad, la belleza y el amor, buscando la armonía con el Universo.

Evitad ser un cáncer para el planeta, dejad espacio para la naturaleza, dejad espacio para la naturaleza.

Circunvalaciones

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  El atasco de la M-30 tenía a Juan completamente adormilado. Era de aquellos típicos atascos de las grandes capitales a primera hora de la mañana. En la radio del coche sonaba “Caballo viejo”.

  El atasco del boulevard péripherique tenía a Sandrine completamente adormilada. Era de aquellos típicos atascos de las grandes capitales a primera hora de la mañana. En la radio del coche sonaba “Caballo viejo”.

  En ese momento indefinible que transita entre la vigilia y el sueño, Sandrine y Juan se acordaron súbitamente el uno del otro. Recordaron la reunión de incentivos en Menorca en la que se habían conocido en persona. Recordaron la vuelta a la isla que habían hecho a caballo por un antiguo sendero militar de vigilancia costera. Recordaron los aromas del salitre y el sonido de los cascos en el suelo…

-Bonjour?

-Hola, Sandrine, soy Juan, de Madrid.

-Hola Juan, buenos días. ¿A qué debo el honor de tu llamada?

-Pues mira, voy camino de la oficina y estaba pensando que no me había quedado muy claro si ibas a volver a las Baleares en vacaciones o tenías planes para ir a Bretaña. Por otra parte, sigo con dudas acerca de lo que nos dijeron sobre el liderazgo en la escuela de doma e intuyo que las sabrás resolver.

-¡Jajajaja! Ya sé por donde siguen tus dudas. El jinete lidera la marcha del caballo, el caballo lidera el pacto de ambos para llegar juntos al final y el domador lidera la calidad del encuentro entre hombre, bestia y paraje. Analogías las que quieras.

-¿Y quién lidera a los tres?

-La mujer: nos vemos en Menorca y te lo explico cerquita…

-Lección magistral, Sandrine, lidera la mujer. ¡Preparo las reservas!

-Que tengas un buen día, Juan. Je t’embrasse…

Pared seca

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  El tendido de pared seca dibuja el interior de la isla cual frondosa telaraña de rocas colocadas manualmente y de una a una desde tiempos sin memoria. El mapa resultante es digno de foto de satélite. Son las venas de piedra bruta de este lugar y su marca es tan firme que nos podemos imaginar la estratificación que provocan miles de años apilando piedra sobre el mismo punto. En comparación, las construcciones más ciclópeas palidecen con un cierto pudor, pues de alguna forma son todas fruto de su época, mientras que estos elementos nacieron para no dejar de servir y renovarse. Tanto que hay quien ha descubierto cuarzo en el núcleo de alguna de ellas, lo que deja abierto el interrogante de si el trabajo humano es capaz de generar minerales nuevos a base de tesón, tiempo y presión.

  Se suele comentar que los kilómetros lineales de pared seca de Menorca suman 70.000, casi dos vueltas al mundo. Yo prefiero no calcular el número de piedras que hay, pues si cada una hubiera sido colocada por la misma mano, se me antoja tan olímpico el esfuerzo como irrisorio el mítico castigo de Sísifo.

  Prefiero más bien pensar en lo que de metafórico tienen algunas preguntas sin respuesta del tipo de ¿Cuántas veces has tenido que saltar el muro? ¿Quién no se cruza cuántas veces con obstáculos en el camino? ¿Si me cae encima la piedra me puede llegar a cubrir? ¿Qué salva al vehículo expuesto al desastre al más mínimo rebote con alguno de sus salientes?

  Son venas de roca, sí, y en ocasiones se diría que contienen algo más que mineral yermo, pero, a diferencia de otros muros vergonzantes, no llegan a dividir: apenas marcan los lindes.

San Juan en perspectiva

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  Quien no esté familiarizado con las fiestas patronales de Ciutadella no realizará la obvia asociación entre la estatua de bronce que adorna, vigilante, el recorrido de Ses Voltes hacia la catedral, y el “dia des be” (día del cordero). Pero si el visitante está mínimamente familiarizado con la iconografía cristiana, seguramente reconozca al tantas veces reproducido Cordero de Dios, sí, el que quita el pecado del mundo, según la liturgia.

  Este animal -tan universalmente reconocido por sus silencios como por su sabrosa carne- se suele representar cargando al hombro una cruz o una bandera, a veces lleva en la cabeza un halo y a veces no, pero en todos los casos es la imagen del Cristo de los evangelios y, muy especialmente, del apocalipsis. ¿Porqué muy especialmente? Pues porque sin tener que ir hasta Roma tenemos aquí todos los ingredientes necesarios para que el señor Dan Brown y su corte de asesores extraigan otro volumen digno de Tom Hanks. ¿Qué ingredientes son esos? Vamos allá:

  Las fiestas de Ciutadella son solsticiales, se celebra al San Juan de verano, el bautista, ese que es representado por el “homo des be”, paseante descalzo que carga a las espaldas un inmaculado cordero blanco que se terminará quedando en premio a su esfuerzo, a imagen del bautista anunciando la llegada del mesías. El San Juan de invierno es el evangelista, autor del apocalipsis y del evangelio de su nombre. Resulta que en el apocalipsis hay un libro cerrado por siete sellos -como siete soles- que nuestro cordero va abriendo y así las cosas van ocurriendo. Resulta que la estatua de nuestro cordero lleva un sello en la frente. Resulta que el cordero del “homo des be” lleva una estrella en la frente. Resulta que los caballos que invaden las plazas en verano llevan a su vez una estrella en la frente. Resulta que el caballo del cura es el único que no lleva estrella en la frente…

  Debo dejar de escribir y buscar una salida, están derribando la puerta de mi estudio y veo hombres de negro rodeando mi edificio. Espero poder seguir con ustedes la semana que viene.

Más se perdió en Cuba

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  La Guía de Menorca editada por el Ateneo científico, literario y artístico de Mahón nos refiere la importancia del ganado vacuno en Menorca haciéndose eco de las 4.545 cabezas de ganado que salieron de la isla en el quinquenio 1901-1905. Sin duda son muchas cabezas para la época, y es que mi ejemplar de la guía data del año 1911, todo un incunable.

  Entrando pues en situación, nos sigue contando la guía sobre la importancia de la vaca menorquina en los avatares de la industria del calzado de aquel entonces, pues la isla exportaba zapatos casi exclusivamente para Cuba por valor de 10 millones de pesetas anuales contantes y sonantes hasta el desgraciado asunto del “Maine” en 1898, que derivó en una crisis de dicho motor económico, pues los aranceles posteriores hicieron imposible seguir con ese volumen de negocio entre ambas islas. Para cuando se edita la guía han pasado tres años y se refieren exportaciones a Cuba por importe de 2 millones de pesetas. Sirva de dato orientativo que en ese mismo año las ventas a península oscilan entre los cuatro o cinco millones de pesetas, que una peseta de entonces tenía un poder adquisitivo ligeramente superior a un euro de nuestros días y que el censo rozaba los 40.000 menorquines… son muchos zapatos.

  Hoy el sector ya no es lo que era y la vaca menorquina sufre trastorno bipolar. Ya no sabe si es un motor económico o un elemento bucólico del paisaje. Mientras la veo discurrir, meditabunda y rumiante, entre los verdes prados salpicados de miles de flores primaverales, no deja de ser profundo mi agradecimiento: por el queso, por la abarca y por el chuletón. ¡Ah! -por supuesto- también por la presencia.

«¡Ooooooooox!»

S’Enclusa derelicta

  Un objeto derelicto, según la RAE -que limpia, fija y da esplendor-, es un objeto que ha sido objeto de derelicción y, siempre según la RAE, la derelicción es el abandono de una cosa con ánimo de poner fin a la propiedad que se ostentaba sobre ella.

  Resulta que en uno de los montes de Ferreries hay una antigua base militar de la OTAN abandonada a su suerte. El otro día salté la valla para ver los antiguos barracones y los inmensos radares de radio que coronan el cerro. Orgulloso andaba yo de mi hazaña hasta que mi acompañante cruzó la misma valla por un agujero practicado en la misma pocos metros más allá, lo que me dejó con una incómoda sensación de ridículo.

  La base es una inmersión total en un capítulo de la antigua serie M.A.S.H., protagonizada por Alan Alda, pero sin la frenética actividad de la soldadesca. Se respiraba una extraña paz en esa zona de guerra antigua y fría. Los barracones acusaban el paso del tiempo y la invasión de la vegetación y el óxido. Los mastodónticos radares dejaban entrever su obsolescencia y los pocos indicios que quedaban de aparataje llevaban todos el sello de General Electric, señal inequívoca del rastro monopolístico del ejército más poderoso del mundo. También había pintadas que testimoniaban el paso de tribus ácratas por el lugar y el conjunto no dejaba indiferente: un cierto sabor almizclado a melancolía anacrónica y estrambótica. Dicen que un día el espacio se dedicará a tareas de investigación sobre la naturaleza y, mientras eso ocurre, ahí sigue la derelicción, con canasta de baloncesto incluída.

  Hoy en día los satélites han cubierto geoestratégicamente el planeta y el antiguo sistema de comunicaciones del Medcomm está, ya no obsoleto, sino completamente fósil, pero en su tiempo fue lo más granado de la tecnología. Las antenas de radio funcionaban por dispersión troposférica, apuntando las de Menorca hacia el monte Limbara, en Cerdeña (465 km), y dando cobertura de comunicaciones militares a esta zona del Mediterráneo en una red que daba servicio desde Inglaterra hasta Turquía.

  Me quedo con un comentario de un viejo marine que he encontrado en Internet y que transcribo textualmente:

  EngineerX0 El Diciembre 26, 2007 escribió:

“I worked at that site in Minorca from March of 1979 until December 1980. It was the best doggone assignment in the whole US Air Force.”

Trad.- “Trabajé en ese lugar en Menorca desde marzo de 1979 hasta diciembre de 1980. Era el mejor condenado destino de toda la fuerza aérea de los Estados Unidos.”

Cucanya mágica

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  ¿Cuánta magia cabe en un árbol? Según el ínclito Borges el universo entero cabe en la mancha del jaguar. Al internarse por el camí de Sa Cucanya, desde Alaior, un poderoso encantamiento se hace presente alrededor del paseante. Es un camino asfaltado muy estrecho que transita entre viejas tancas y que forma un frondoso túnel de vegetación por el que todo tipo de pájaros se divierten saludando en vuelo rasante y susurrando pérfidas conversaciones en su abigarrado idioma colectivo, induciendo una especie de ensoñación que aligera el paso y desorienta los sentidos. Cuesta entonces no pensar en hadas y duendes mientras nos vamos adentrando por el cada vez más frondoso sendero que toma el nombre de la mítica tierra de Jauja, idílico paraje en el que se atan los perros con longaniza desde la noche de los tiempos.

  Ahí mismo, a mitad de recorrido, vive una encina solitaria en medio de un prado que a su vez está rodeado de pinos, como guardianes. La encina es el árbol druídico por excelencia y cuando la contemplo vuelve a mi memoria el testimonio de un viejo profesor de la universidad de Northumbria que conocí una mañana desayunando en el puerto de Addaia:

  “La leyenda artúrica es fruto de la fusión entre las tradiciones de los pueblos del norte y los de la cuenca mediterránea. Como isleños que somos, no nos deja indiferentes el viaje de Odiseo y tenemos razones para pensar que hizo mella en nuestras tierras. Tampoco nos deja indiferentes la similitud entre la búsqueda del Vellocino de Oro y la búsqueda del Grial, ni que, tal como Zeus se manifiesta en el rumor de las hojas de la encina de Dodona, Merlín es prisionero voluntario del mismo árbol y Arturo descansa esperando su regreso en la oculta isla de Avalon. Teorizamos sobre la posibilidad de que no sean todos más que el mismo personaje y que el objeto mágico que representa el Grial sea, en realidad, un árbol-tótem cuyo paradero solo es conocido por unos pocos hombres que se van transmitiendo el secreto. Llevo mucho tiempo intentando encontrar las conexiones en esa maraña de historias y todo me hace pensar que ese árbol anda cerca, muy cerca. Tal vez ese poderoso ser, cuya savia es la misma sangre de Merlín, solo se pueda reconocer por su enconada resistencia a la tala y, sólo tal vez, está ahí, a la vista de todo el mundo, como un ignorado secreto a voces en el marco de un embrujo colectivo y hereditario. Nosotros hablamos con las encinas con la esperanza de que un día nos contesten y que, a través de sus historias, aprendamos algo más de las nuestras.”

Maese caballo

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  Si existe la memoria heredada más allá de lo que tus libros registran, oh ser humano, no tendrás dificultad en recordar nuestra histórica relación. Por eso al mirarme callas. Por eso hierve tu sangre cuando subes sobre mi lomo. Por eso te advertían los antiguos sobre los irrefrenables impulsos de conquista que te invadirían si sellabas nuestro pacto.

  Esta isla nos pertenece, así como nuestras son todas las tierras que han pisado nuestros cascos. Somos legión. Una legión de guardianes que, generación tras generación, te ha domesticado en la elegancia, la relación con la tierra y la administración de tus necesidades. Tan lejos ha llegado nuestra simbiosis que has necesitado sentirte libre de nosotros en tus ciudades y te cuesta reconocer que, en su actual alma de asfalto, te falta nuestra presencia y eso genera en ti una indefinible desazón. Por eso al mirarme callas. Porque, sin saber muy bien por qué, sabes, sabes que sé, sabes que está todo dicho entre nosotros, sabes que la música de mi paso sobre el suelo manda sobre los latidos de tu corazón y que esa comunión inventó al centauro.

  Se está acercando el verano, oh ser humano, toda esta primavera está aquí para acostumbrarte otra vez al campo. Los días están más largos y yo ya estoy esperando. Espero con impaciencia ese toque de fabiol que inaugure una vez más la ceremonia de nuestro pacto. Me nacen de nuevo las ganas de, otro año más, invadir vuestros pueblos y ciudades junto a mis hermanos para seguir recordándote -y recordándonos- eso que no se ha olvidado: que cuando te miro sé cuánto nos necesitamos.

  Por eso al mirarme callas…

Piedras de arena

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  La piedra arenisca de origen fósil que se ha usado para levantar los edificios de Menorca desde la época talaiótica hasta nuestros días se llama “marés”, seguramente por su origen marino. Este proceso que ha dibujado las construcciones de la isla ha creado también un dibujo en negativo en las canteras que están diseminadas a lo ancho y largo del territorio y que hoy forman intrincados laberintos.

  En pocos lugares se aprecia de forma tan notoria que la piedra es un ser vivo que, al ser tan longevo, nos da una falsa impresión de inmovilismo. Así, la tradición de cantería nos trae conceptos viejos de la relación entre el sonido de la piedra y su calidad. Aquí se escucha la piedra y se la hace cantar, y es que cada canto tiene su propio canto. Tan viva está que ya Vitrubio aconsejaba extraer la piedra en verano y dejarla macerar a la intemperie un par de años antes de colocarla en el edificio, como si de alta gastronomía se tratara, pero de piedra.

  Frente al marés y su sospechoso –por real– parecido a la arena de playa se puede hacer uno a la idea de los pulsos de la naturaleza. En realidad es arena de playa que se consolidó en el Cuaternario, dos milloncejos largos de años al final de los cuales aparece el hombre sobre la faz de la tierra. En un par de pulsos más se podría ver consolidarse en piedra la fina arena del Sahara mientras, paralelamente, se iría desintegrando otra vez en arena por choque térmico lo que hoy tan orgulloso se levanta como piedra. Así respiran los suelos y así, paseando entre sus fantásticas vetas, las canteras nos recuerdan que somos aves de paso, que, a fin de cuentas, una vida es un instante.

Cartas en el cajón

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  “…Entonces nos animamos a subir a esa barca destartalada con los niños. El cartel solo exhibía “Noches Mágicas”. Poco más nos supo decir el marinero, que solo hablaba menorquín. Era una noche calurosa amenizada por una brisa suave. Llevábamos todo el día de playa en la piel y un hambre voraz en el estómago.

  La barca salió del puerto de Mahón hacia la entrada de la bahía. Era un paseo hermoso, de noche, cruzándonos con yates y veleros que todavía volvían de su jornada marina. De pronto, a lo lejos, comenzamos a ver el acantilado cuajado de velas. ¡Era precioso! Los niños comenzaron a excitarse y según nos íbamos acercando comenzamos a oír un batiburrillo de melodías y a ver a un montón de gente paseando por el borde del agua. Iba a ser complicado decidirse entre saciar el hambre, que el olor a mar no hacía más que azuzar, o hacer ese paseo.

  El barco giró a estribor y descubrimos un puerto de pescadores lleno de terrazas. Frente al amarre había un cuarteto de cuerdas con una batería (sí, extraña y acertadísima fusión), un tragafuegos, al fondo un grupo de baile frente a imperturbables soldados de época. Vimos una mesa libre junto a otras llenas de delicias y no hubo más caso: nos tuvimos que sentar.

  ¡Estaba todo exquisito! No pudimos quedarnos mucho tiempo por la excitación de los niños. Gracias le doy todavía al payaso que los distrajo un rato con sus burbujas gigantes mientras apurábamos el café, ya sabes que yo no consigo ni respirar sin mi café.

  Seguimos pues el paseo. Había de todo: un mercadillo de artesanos, un coro estupendo, actores, pasacalles, pintores, otro mercadillo medieval, tiendas de dulces, de todo. Juan se compró unas camisas y le vendieron un amuleto, los niños se volvieron locos con unas barquitas con cuerda que paseaban a lo ancho y largo del muelle… lo que yo me llevé ya te lo enseñaré a mi vuelta. Te van a encantar las fotos. Espero que podáis venir con nosotros la próxima vez.

  ¡Menorca es mágica!”

Enredados

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  Tantos niños aprenden en las escuelas sobre lo maravilloso e importante que fue descubrir el fuego que en pocas ocasiones se nos antoja cuestionable si no hubo hitos tal vez más importantes. Yo le levantaría un memorial al homínido desconocido que tuvo la genial idea de inventar las redes, copiando a las arañas sin duda.

  Este avanzado primate debió en primera instancia solucionar el tema con vaya usted a saber qué materiales. ¿cuero? ¿lianas? ¿fibra de cáñamo? ¿hilo de seda? Me pregunto también si su invento serviría en sus orígenes para atrapar bestias, hombres o mariposas. Tal vez la primera aplicación fue la bolsa de la compra, para así asegurarse una pronta recolección de frutos por parte de su amada y tener la certeza de comer algo si la caza no se daba bien.

  Hasta nuestros días, el perfeccionamiento del invento por parte de una línea de herederos no consanguíneos de nuestro protagonista han conseguido desarrollar técnicas de hondo calado (nunca mejor dicho). En parte gracias al uso de flotadores y plomadas, en parte gracias al uso de la tracción y a un trabajo concienzudo de manos innumerables, hay un sumatorio de inteligencias que nos han hecho disponer de la generosidad del mar y que nos permiten cada temporada degustar no pocas maravillas.

  Tenemos la obligación de conservar el equilibrio de fuerzas para que no se agote nunca este maná. Dominamos el fuego pero no queremos que arda el planeta, tenemos redes pero no queremos vaciar el mar y yo tengo una amiga vegana que, estoy seguro, me va a disculpar la licencia de bajar al mercado de pescado a elegir entre un cap roig o una dorada mientras espero con paciencia la apertura de la veda del raó.

Crónicas de Roig

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  Andaba yo, como siempre, arrimado a la barra de un bar en franca y animada digresión con Joan Roig –que en realidad es Pons– tratando de dilucidar por enésima vez el efecto de la historia sobre la idiosincrasia de los hombres. En ese tortuoso camino nunca hemos llegado, por ventura, a ninguna conclusión definitiva, y es que es en el camino donde está toda la miga.

  Siempre es un placer discurrir con Joan, que es versado divulgador de la historia, versátil y casi omnipresente en los variopintos pulsos de la capital mahonesa. Con él supe de un paisano del lugar que llegó a la mismísima tumba del funesto Barbarroja a mentarle a la madre con riesgo para su persona, pues el que aquí fue pirata es encumbrado almirante en su territorio y tuvo nuestro héroe contemporáneo que recordarle a los presentes cuántos de sus antepasados habían sido torturados y pasados a cuchillo por el corsario.

  En otra ocasión cantaba yo las loas de la revolución francesa, que tan bien supo decapitar a su rey y a gran número de la población para finalmente instaurar un imperio paneuropeo con bendición papal incluida cuando, para mi sorpresa, Joan me recordó un detalle que ignoraba –y de esto de recordar lo ignorado hablaremos otro día– y es que el primer rey decapitado por su pueblo en la Europa moderna no fue Luis, sino su muy británica majestad el rey Carlos I, al que luego le fue magnánimamente recosida la cabeza por aquello del decoro. Algo inusual para el año 1649, tan inusual como el principio que motivaba al parlamento inglés de aquel entonces: “No hay hombre sobre la ley”.

  Guardo en el morral para un futuro encuentro la historia popular, allá en tiempos de los Taifas, de la muerte por celos de Ibn ‘Ammâr, visir y poeta que cayó por el hacha que el rey de Sevilla le plantó en pleno centro del cráneo. Rumaykiyya, la esposa del rey, al verle así coronado, tuvo la ocurrencia de compararlo con la abubilla, inaugurando el humor negro meridional: «¡Ha hecho de Ibn ‘Ammâr una abubilla!»

¡Más historias vengan, Joan!

Encuentros en alta mar

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Mocoso: traducción del apodo que los británicos daban a los guardiamarinas*. Se dice que Nelson fue quien ordenó que en la bocamanga del uniforme de éstos se pusieran tres botones, con lo que erradicó la fea costumbre de limpiarse las narices en ella.

Fuente: www.amarre.com

-Ehhhh! ¿Vosotros qué vais, con el titulín? Cambio.

-¡Calla, mocoso! ¡Que hablas con el capitán! ¿Qué rumbo lleváis? Cambio.

-Menorca. ¿Vosotros? Cambio.

-Ajaccio. Estamos siguiendo a un grupo de rock que actuó ayer en unas cuevas. ¡Con este Norte que sopla vamos a volar! Cambio.

-¿Ayer? ¿No es hoy el concierto? Cambio.

-¡Jajajaja! ¡Buen intento, fue ayer! ¡Un diez! Cambio.

-Gracias por el dato, fondearemos unos días de todas formas. ¡Buena travesía! Cambio.

-¡Igualmente! ¡Disfrutad la roca!  Cambio y corto.

*Guardiamarina: RAE (22.ª edición): 1. m. Alumno de la Escuela Naval Militar en los dos años precedentes a su nombramiento como alférez de fragata.

Notas de color

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  “De músico, poeta y loco todos tenemos un poco.” sentencia Nando Prada en su programa de radio, y no le falta razón. El Groove Chat es un programa dedicado a impulsar nuevos valores en la escena musical menorquina y la escena musical menorquina rebosa valores por sus cuatro costados. ¿Es acaso que vuelve la música en vivo? ¿Será tal vez Menorca un lugar apto para inspiraciones nuevas? ¡Vaya que si lo es! No iba a ser igual una puesta de sol en la playa sin el arrullo de un instrumento. No iba a ser igual una salida nocturna sin la bendición de una banda que alardee de virtuosismo en las cuerdas, o en los vientos o en la percusión.

  Resulta que cada vez más gente siente en la columna ese inconfundible vibrato que sólo consigue un buen directo. Resulta que no es una discusión entre lo analógico y lo digital -como viene queriéndose imponer desde no se sabe qué oscuros olimpos. Aquí el asunto es “orgánico”, y me explico: si metes en un lugar emblemático de altos techos, vigas de madera, paredes de piedra y suelo de roca a un contrabajista con los dedos inoxidables, a un guitarrista de uñas Fender, a un percusionista con el corazón beat, a una voz femenina de pura organza y, en un elevado y natural susurro, se va produciendo la alquimia entre músicos, público y brebajes, empieza a producirse el milagro. Las miradas cantan en silencio, los hielos destellan al compás y todo empieza a formar un bloque homogéneo. Entonces un didgeridoo se apodera de la sala y crea con su imponente bramido un corazón colectivo que disuelve la roca, detiene el tiempo por completo y provoca aullidos en el respetable.

  ¿Música en Menorca? ¡Qué va! Es un mito. No os acerquéis. No vengáis a verlo. No penséis que nuestros pájaros llevan todo el invierno ensayando y produciendo nuevos cantos en sus incubadoras de sueños líquidos. Ellos no saben parar…

Entre el cielo y el agua

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  En Bermeo se recuerda una vieja leyenda sobre tres brujas que se transforman en olas para asediar a un pescador. La primera le ha de preocupar, la segunda de asustar y la tercera de ahogar. El pescador se libra del ataque arponeando a la tercera y matando así sin saberlo a la bruja que buscaba su perdición.

  En Brasil, donde cuenta el poeta que “la vida viene a olas como el mar”, se rinde culto a Janaina, diosa del mar, lanzando una barca con flores al agua y saltando sobre tres olas sucesivas mientras se comunica a la diosa el deseo y la promesa.

  En la Grecia clásica tres eran las olas que traerían la ciudad platónica, a saber: la igualdad entre el hombre y la mujer (especialmente en lo referido a la educación y costas de los infantes), la puesta en común de mujeres y niños (nadie es exclusivo ni conoce su progenie) y el justo gobierno del filósofo-rey… ¡Modernos, los antiguos!

  Olas asesinas, salvadoras, absorbentes, espumosas, llanas, sibilantes, rubicundas. Hay olas para todas las ocasiones y todos los gustos, pero ¡larga vida al poderoso encanto de las olas inesperadas! Las de una sola ocasión, esas que confirman la regla, esas que no van ni de tres en tres ni de cinco en cinco. Si alguna me ha de llevar, que sea de ese calibre: una entre un millón.

Ya me lo dijo el doctor

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-Hay en la isla una epidemia de lordosis. Es crónica. Parece muy contagiosa.

-¿Contagiosa la lordosis? ¡Usted no sabe de lo que está hablando!

-Pues usted dirá. Es la cuarta vez que vengo a visitarle por la misma razón y tengo a unos cuantos conocidos sufriendo los mismos síntomas.

-Ustedes son muy irresponsables, entre otras cosas porque no responden a lo que se espera cuando se les aplica un tratamiento. ¿Ha estado usando el collarín que le indiqué?

-¡Pues claro, doctor! ¿Por quién me toma?

-¿A todas horas?

-Casi

-Pues en el casi está su error. ¿En qué momentos se lo ha retirado?

-Pues en este mes para ver la salida de la luna llena, dos pasadas de la estación espacial internacional, tres de la sonda Iridium, una lluvia de estrellas y un par de amaneceres.

-Lo dicho: irresponsables. Yo no le mando el collarín para corregirle el cuello, se lo mando para que evite mirar tanto al cielo. ¡Que vive usted en Menorca, hombre! Como no me haga caso este mes le receto una temporada en Madrid, a ver si así conseguimos algo.

-Gracias doctor, pierda cuidado. Mis respetos a su señora esposa.

Faros en el alma

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  Siete faros tiene Menorca, como siete son las columnas sobre las que descansa la isla según la leyenda. ¿Qué tendrá el número siete que tanto da que hablar en todos lados? ¿Qué misterio esconden los faros en su majestad? ¿Quién no ha soñado alguna vez en ser farero, aunque sólo sea por un día?

  Los faros nunca dejan indiferente. Tienen esa connotación de guardianes, de salvadores de vidas en peligro, de imposibles supervivientes a cualquier tempestad. De noche es sobrecogedor tumbarse en Favaritx a mirar el cielo mientras los cuatro haces luminosos del faro recortan parsimoniosamente el arco celeste hasta perderse en el horizonte. Cuando bufa del norte, el de Cavallería bien vale la visita para imitar al protagonista del Alquimista de Coelho en su charla con el viento. El faro de la isla del Aire, también único en su especie por habitar una isla externa a la isla, preside en todo momento la visita a Punta Prima cuidando de sus aguas turquesas. Punta Nati, Mahón y Ciutadella -todos vigilantes- y finalmente Artrux, pequeño, casi coqueto, con esa responsabilidad de ser el espejo del faro de Capdepera para marcar la línea de la travesía hacia Mallorca.

  Faros, faros, faros ¿Por qué nos sois tan raros? Será ese nombre tan repetido en tantas lenguas distintas en silencioso y perdurable homenaje a la isla donde estuvo plantado el de Alejandría, la ciudad luz de la antigüedad. Tal vez vuestra figura evoca en nuestra alma todo el conocimiento que allí se quemó y vuestra tenue pero poderosa llama es el ascua que un día deba volver a encenderse con imparable fuerza para rescatarnos de quién sabe cuántas tinieblas por venir.

Eppur si muove

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  Casarse es sin duda algo muy serio que se está convirtiendo en un cachondeo. Los países del arco mediterráneo estamos bastante acostumbrados a los condicionantes del sacro imperio romano y toda la retahíla de exigencias que la curia vaticana viene imponiendo para tales menesteres.

  Por supuesto que estamos en el siglo XXI, claro que la iglesia católica está necrosada y por lo que parece en fase de aggiornamento. Se supone que la nueva tendencia es ecuménica y coordinante entre las distintas interpretaciones de lo divino. También ha ganado toda la fuerza que se pueda imaginar el matrimonio civil desde que el divorcio vino a salvar a tantas parejas de viudedades artificiales: más libertad, menos envenenamientos. Lo notable es que a la gente parece no bastarle con el juzgado o el ayuntamiento y muchos, de forma más o menos afortunada, intentan dar algo de lustre a la ceremonia a través de ritos exóticos, véase a través de rituales orientales, submarinos, colectivos o vestidos de Elvis Presley.

  Hace unos años tuve la dichosa fortuna de recibir el encargo de una boda por parte de unos amigos que tenían la clásica combinación segundas nupcias para él y primeriza ella. Ella quería iglesia, él ya había pasado por ahí y Roma no te deja repetir salvo que la convenzas de nulidades espurias. No daba tiempo. Busqué la opción fácil y romántica que veía más lógica: boda en barco con capitán oficiante. Sólo le veía ventajas. Salir a alta mar, luz espectacular, cuadro no se puede más mediterráneo, pero la novia quería iglesia…

  Estaba desolado, no veía salida, el pub estaba oscuro, mi pinta de bitter templada, sonaba “Sultans of Swing” a ritmo de dardos clavándose en el corcho. Busqué unas esterlinas en el bolsillo y solo encontré Euros, claro, era un pub inglés en el corazón de una ex colonia. ¡Y la luz se hizo! Recordé los divorcios de Enrique VIII, recordé a Cromwell, recordé al arzobispo de Canterbury y, ni corto ni perezoso, con el sabor amargo de la cerveza aún en los dientes, me dirigí con paso firme a la iglesia anglicana de Es Castell a tener unas palabras con el reverendo.

  La boda fue sencilla y muy bonita. Se ofició en inglés con cierto acento de Leeds, bajo los auspicios del dicho arzobispo y la vigilante bendición del “Holy Ghost”, el Espíritu Santo, que en traducción literal es el “Santo Fantasma”. Yo qué queréis que os diga, si también repito nupcias me quedo con el dato.

Café del mar

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  No hay caso. Cada vez que el aroma del gin invade mis papilas me acuerdo de Mario. Y no es que Mario fuera especialmente simpático, menos todavía dicharachero, pero Mario tenía algo. No sé muy bien qué. Lo cierto es que si querías cebo para pesca siempre podías ir a comprárselo a Mario. ¿Caviar beluga iraní? Mario también lo tenía ¿Ron caribeño de cien años? Lo tenía ¿Bombonas de butano a dos tercios? Las tenía. De todo tenía Mario escondido en lo más recóndito de su destartalado establecimiento. Todo lo que un navegante pudiera necesitar. También lo que un habitante del lugar necesitara en casa. A deshoras, a matacaballo, a salto de mata ¿Hielo? Mario ¿Carne? Mario ¿Tabaco? Mario. No existía Seven Eleven y Mario tenía una máquina asomada a la calle las veinticuatro horas con todo, digo bien todo, hasta papel Abadie 500, Bisontes o Lola.

  Un día andaba yo por la capital del reino tomando un té con brioche en el mítico Embassy y me crucé con Mario rodeado de amables funcionarios de impecables trajes, y Mario, como siempre, vestido de Mario. ¿Descuidado? Barba ralísima, gesto adusto y una uña sobredimensionada en el pulgar que le daba el aire de un auténtico pirata del Caribe. Con su cartera de cuero en bandolera en pleno salón de té, fue tan anacrónico como revelador.

  Confieso que además Mario tenía la cerveza más fría del lugar, el gin más aromático y el Café Ultramarino más auténtico que hayan hollado estos pies.

  Mario, allá donde estés, ¡Salud!

Posidonia

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  ¿Qué atesora la posidonia? Además de la riqueza del ecosistema que se crea en sus entresijos. Además de la belleza de los prados submarinos que reflejan los rayos del sol con verdes imposibles. Menos atractivo es el olor de sus cementerios en las playas, esos enormes tochos de hojas de posidonia que casi parecen barricadas naturales para defender las playas de normandos desembarcos. Algunos son migratorios. Son desplazados a beneficio de la comodidad del turista estival. Se dice que incluso vuelven a su sitio cuando termina la temporada.

  Al secarse al sol, sus hojas pierden el olor. ¿Será toda esa fibra un buen biocombustible? ¿Forma en tierra ese residuo otro ecosistema en su interior o participa de manera activa en el circundante nuevo medio? ¿Ambas cosas? ¿Acaso ayudan a consolidar los sistemas de dunas y playas de arena? ¿Cómo se mide la importancia de esta planta acuática, que no alga, en el patrimonio vivo del Mediterráneo?

  Un alga foránea amenaza el paisaje subacuático del Mare Nostrum comiéndole cada vez más terreno a la posidonia. Poseidón está en horas bajas y la pregunta es: ¿Cómo se pone de acuerdo a tantas naciones distintas para realizar una acción conjunta y decidida al respecto? Si la posidonia acaba desapareciendo, los postulantes de la internacionalización del Amazonas se van a quedar sin argumentos, y un día el planeta sin pulmones.

Darrer toc de fabiol

  La mítica flauta del dios Pan -el arcadio, paticaprino, cornudo, alegre, pasional, desbocado, amo del pánico y la sexualidad animal- fue fruto de mal de amores, pues la ninfa de sus sueños prefirió convertirse en cañaveral con tal de no atender a sus pulsiones. El dios construyó su flauta con cañas del mismo y desde ese instante los pastores de la edad antigua tuvieron el instrumento ideal para acompañar sus soledades y encender sus festividades.

  Tan sencillo y poderoso como la flauta de Pan es el fabiol. Una flauta corta de dos o siete agujeros, según sea de Ciutadella o del resto de poblaciones de Menorca. Acompañado del tambor del fabioler, sus notas mandan imponentes sobre los momentos álgidos de las fiestas, y es especialmente emotivo y rutilante en significado el último toque, el «darrer toc de fabiol», en la plaza del ayuntamiento de Mahón al cierre de las fiestas.

  Una tonada antigua sintoniza las almas allí congregadas en respetuoso silencio. En pocas notas termina el verano, terminan las fiestas, se vacían las calles, se apaciguan los amores, se disuelven los vapores y concluyen, un año más, las intensas jornadas de furibundo sol mediterráneo que inaugurara san Juan en el en apariencia tan lejano mes de junio.

  Así, con pocas y penetrantes notas, se despide el trasmontano, este pintor de palabras -ajeno, extraño y bárbaro- que ha querido compartir con vosotros, en unos pocos artículos, retazos de una pasión de décadas con una isla tan grande, rica y memorable como esta.

  ¡Viva el otoño!

Book Review: Tok: Magick Tale by Pablo Reig Mendoza

I say: God bless America! And the Lily Café too… High five for an insightful review. ❤

The Lily Cafe

tok: magick tale by pablo reig mendoza

Title: Tok: Magick Tale

Author:Pablo Reig Mendoza, translated by Jesus Fernandez Pedraza

Publisher: Babelcube, Inc.

Publication date: January 5, 2021

Genre: Fantasy

One Sentence Summary: The dragons binding all people together feed on gold, but, when all the gold vanishes, the magicians need Juan to help them find it again.

Overall

Tok: Magick Tale is just that: a magick tale. It easily blends so many elements like philosophy, fantasy, history, and religion to create a unique reality. The magic was quite interesting, even if I didn’t fully understand it. The story was fascinating, even if it was less focused on the characters and more on the story, but I still wouldn’t exactly call this plot-driven. It’s more of an inevitable journey and how it unfolds. With dragons, magicians, and a special Bond, Tok: Magick Tale is more than just a fantasy novel and will make the reader think.

Extended…

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