Cazatormentas

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  Una tarde cualquiera de invierno andaba yo departiendo en la plaza del pueblo con unos cuantos amigos y escuchamos un chasquido ensordecedor. Se acercaba una tormenta eléctrica. Rápidamente comenzamos a ver a algunas personas acelerar el paso, otras asegurar las ventanas y otras simplemente seguir su camino con total indiferencia.

  Mientras tanto, el fotógrafo del grupo dejó sobre la mesa unas cuantas monedas y recogió sus bolsas. Él siempre estaba preparado como mínimo con un par de cámaras las veinticuatro horas del día. “Es hora de cazar tormentas, ¡hasta luego chicos!”

  Ni corto ni perezoso subió al coche y le acompañamos mientras nos iba contando la forma para él ideal de capturar una buena imagen: un punto al abrigo de la lluvia y una visión con punto de referencia de tierra (o mar). Mientras hablaba afilaba el gesto intentando seguir en el cielo la dirección de los rayos. Menorca está en alta mar y es un punto privilegiado para ver estas maravillas de la naturaleza ya que aquí la mayoría de las tormentas eléctricas son espectáculos de rayos viajando de nube a nube y dibujando algo parecido a un baile de luces, casi conversaciones lumínicas que, si están encima del mar, se reflejan en las aguas al punto de no tener más saliva que tragar de la impresión y la rotunda belleza del cuadro.

  Ya en camino hacia el faro de Favàritx cayó muy cerca de la carretera uno de los pocos rayos que bajaban a hacer sentir su presencia, provocándonos un fuerte sobresalto. Uno de los compañeros llegó a taparse la cara con las manos. La tormenta era seca y pudimos disfrutarla largo rato comentando anécdotas populares sobre rayos que habían caído sobre la gente.

  Hay muchas leyendas urbanas sobre hombres y rayos, pero no imagino mejor lugar para evocarlas que aquí, en medio del mar, bajo la severa mirada de Zeus. ¿Cuándo será la siguiente?

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