Piedras de arena

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  La piedra arenisca de origen fósil que se ha usado para levantar los edificios de Menorca desde la época talaiótica hasta nuestros días se llama “marés”, seguramente por su origen marino. Este proceso que ha dibujado las construcciones de la isla ha creado también un dibujo en negativo en las canteras que están diseminadas a lo ancho y largo del territorio y que hoy forman intrincados laberintos.

  En pocos lugares se aprecia de forma tan notoria que la piedra es un ser vivo que, al ser tan longevo, nos da una falsa impresión de inmovilismo. Así, la tradición de cantería nos trae conceptos viejos de la relación entre el sonido de la piedra y su calidad. Aquí se escucha la piedra y se la hace cantar, y es que cada canto tiene su propio canto. Tan viva está que ya Vitrubio aconsejaba extraer la piedra en verano y dejarla macerar a la intemperie un par de años antes de colocarla en el edificio, como si de alta gastronomía se tratara, pero de piedra.

  Frente al marés y su sospechoso –por real– parecido a la arena de playa se puede hacer uno a la idea de los pulsos de la naturaleza. En realidad es arena de playa que se consolidó en el Cuaternario, dos milloncejos largos de años al final de los cuales aparece el hombre sobre la faz de la tierra. En un par de pulsos más se podría ver consolidarse en piedra la fina arena del Sahara mientras, paralelamente, se iría desintegrando otra vez en arena por choque térmico lo que hoy tan orgulloso se levanta como piedra. Así respiran los suelos y así, paseando entre sus fantásticas vetas, las canteras nos recuerdan que somos aves de paso, que, a fin de cuentas, una vida es un instante.

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