Eppur si muove

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  Casarse es sin duda algo muy serio que se está convirtiendo en un cachondeo. Los países del arco mediterráneo estamos bastante acostumbrados a los condicionantes del sacro imperio romano y toda la retahíla de exigencias que la curia vaticana viene imponiendo para tales menesteres.

  Por supuesto que estamos en el siglo XXI, claro que la iglesia católica está necrosada y por lo que parece en fase de aggiornamento. Se supone que la nueva tendencia es ecuménica y coordinante entre las distintas interpretaciones de lo divino. También ha ganado toda la fuerza que se pueda imaginar el matrimonio civil desde que el divorcio vino a salvar a tantas parejas de viudedades artificiales: más libertad, menos envenenamientos. Lo notable es que a la gente parece no bastarle con el juzgado o el ayuntamiento y muchos, de forma más o menos afortunada, intentan dar algo de lustre a la ceremonia a través de ritos exóticos, véase a través de rituales orientales, submarinos, colectivos o vestidos de Elvis Presley.

  Hace unos años tuve la dichosa fortuna de recibir el encargo de una boda por parte de unos amigos que tenían la clásica combinación segundas nupcias para él y primeriza ella. Ella quería iglesia, él ya había pasado por ahí y Roma no te deja repetir salvo que la convenzas de nulidades espurias. No daba tiempo. Busqué la opción fácil y romántica que veía más lógica: boda en barco con capitán oficiante. Sólo le veía ventajas. Salir a alta mar, luz espectacular, cuadro no se puede más mediterráneo, pero la novia quería iglesia…

  Estaba desolado, no veía salida, el pub estaba oscuro, mi pinta de bitter templada, sonaba “Sultans of Swing” a ritmo de dardos clavándose en el corcho. Busqué unas esterlinas en el bolsillo y solo encontré Euros, claro, era un pub inglés en el corazón de una ex colonia. ¡Y la luz se hizo! Recordé los divorcios de Enrique VIII, recordé a Cromwell, recordé al arzobispo de Canterbury y, ni corto ni perezoso, con el sabor amargo de la cerveza aún en los dientes, me dirigí con paso firme a la iglesia anglicana de Es Castell a tener unas palabras con el reverendo.

  La boda fue sencilla y muy bonita. Se ofició en inglés con cierto acento de Leeds, bajo los auspicios del dicho arzobispo y la vigilante bendición del “Holy Ghost”, el Espíritu Santo, que en traducción literal es el “Santo Fantasma”. Yo qué queréis que os diga, si también repito nupcias me quedo con el dato.

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