Pared seca

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  El tendido de pared seca dibuja el interior de la isla cual frondosa telaraña de rocas colocadas manualmente y de una a una desde tiempos sin memoria. El mapa resultante es digno de foto de satélite. Son las venas de piedra bruta de este lugar y su marca es tan firme que nos podemos imaginar la estratificación que provocan miles de años apilando piedra sobre el mismo punto. En comparación, las construcciones más ciclópeas palidecen con un cierto pudor, pues de alguna forma son todas fruto de su época, mientras que estos elementos nacieron para no dejar de servir y renovarse. Tanto que hay quien ha descubierto cuarzo en el núcleo de alguna de ellas, lo que deja abierto el interrogante de si el trabajo humano es capaz de generar minerales nuevos a base de tesón, tiempo y presión.

  Se suele comentar que los kilómetros lineales de pared seca de Menorca suman 70.000, casi dos vueltas al mundo. Yo prefiero no calcular el número de piedras que hay, pues si cada una hubiera sido colocada por la misma mano, se me antoja tan olímpico el esfuerzo como irrisorio el mítico castigo de Sísifo.

  Prefiero más bien pensar en lo que de metafórico tienen algunas preguntas sin respuesta del tipo de ¿Cuántas veces has tenido que saltar el muro? ¿Quién no se cruza cuántas veces con obstáculos en el camino? ¿Si me cae encima la piedra me puede llegar a cubrir? ¿Qué salva al vehículo expuesto al desastre al más mínimo rebote con alguno de sus salientes?

  Son venas de roca, sí, y en ocasiones se diría que contienen algo más que mineral yermo, pero, a diferencia de otros muros vergonzantes, no llegan a dividir: apenas marcan los lindes.

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