El juego de la bolla

  Durante la breve -no por breve menos marcante- dominación francesa de Menorca se fundó el municipio de San Luis en honor al rey Luis XV. Es notable que bajo el reinado de este Luis, apodado “el bien amado”, comenzara la construcción de la iglesia, la cual se terminaría durante el reinado de su nieto Luis XVI, al que bien podríamos apodar hoy “el guillotinado”.

  Se diría que de toda dominación quedan vestigios y, salvo excepciones, suelen ser las cosas buenas las que sobreviven al implacable paso de los siglos. Hay en San Luis un bar de tapas en el que sobrevive con estupenda salud un “jugadero de bolla”. ¿Y qué es la bolla? Eso mismo me pregunté y fuime presto a consultar el reglamento que estaba colgado en la pared para descubrir, no sin asombro, que se trataba de un juego de petanca de interior.

  Esta bolla se juega sobre suelo de madera con bolas del mismo material y un disco de caucho haciendo las veces de “cochonnet” –sí, al boliche en el país galo se le llama cochinillo-. Es la petanca en Francia una institución tan importante como lo puede ser el mus en el norte de España y el comprobar que el peso de las edades y la reciente invasión tecnológica no había podido con nuestro “jugadero de bolla” me reafirmó en mi infundada y optimista creencia de que los hombres, cuando de jugar se trata, nos tomamos las cosas en serio.

  Esta visión trajo a mi memoria el juego de la “carrom”, que es un billar de mesa de la India, sin lugar a dudas herencia de la dominación inglesa. La “carrom” es un tablero de madera con cuatro agujeros en las esquinas sobre el que se esparce un talco especial para favorecer el deslizamiento de las fichas. Se juega con las mismas fichas que se usan para jugar a las damas y una ficha de piedra que hace las veces de bola blanca. Dicho sea de paso: es divertidísimo. Curiosamente en los países francófonos le deforman el nombre y lo denominan “carambole”, que viene a ser nuestra carambola: otro viaje de ida y vuelta, y esta vez semántico.

  No va a pasar otra semana sin que vaya a probar mi suerte con la bolla y a conocer a los jugadores de tan apreciable invento. Me parece que, después de los dos milenios largos que llevamos intentando construir Europa a fuerza de cuchillos, sables, bayonetas y no pocas traiciones, he encontrado por fin un encomiable ejemplo de integración natural de culturas.

Un comentario en “El juego de la bolla

  1. Graciosa historia, si es cierto Marlis y Martín son encantadores!
    Menorca es una isla muy especial y no tiene que ver nada con los otros Baleares!
    Me encanta el sitio,ojalá puede volver pronto,la dificultad son los vuelos desde Alicante,donde vivo yo,no hay directos.Feliz Navidad!

    Me gusta

Deja un comentario